[Septiembre de 2025] – La industria global de la confección, una piedra angular de la moda rápida y las cadenas de suministro internacionales, sigue recibiendo críticas por los bajos salarios que a menudo no cumplen con los estándares básicos de vida.
En Bangladesh, el segundo mayor exportador de prendas de vestir del mundo, los trabajadores de la confección vieron recientemente aumentar su salario mínimo mensual a 113 dólares estadounidenses. El aumento siguió a meses de protestas, pero sigue estando muy por debajo de lo que los sindicatos denominan un “salario digno”.
En Camboya, las autoridades fijaron el mínimo de 2024 en 204 dólares estadounidenses al mes para los trabajadores de la confección, un pequeño aumento con respecto a años anteriores. Sin embargo, el aumento de los costos de alimentos y vivienda significa que la mayoría de los trabajadores todavía viven al día.
Los trabajadores en Myanmar ganan aproximadamente 161 dólares estadounidenses al mes, según datos de 2020, mientras que en Indonesia, el salario mensual promedio en el sector textil y de la confección se sitúa cerca de 194 dólares estadounidenses. Ambos países enfrentan una creciente presión de los grupos laborales internacionales para abordar el estancamiento salarial en medio de la inflación.
La situación es igualmente sombría en Lesoto, un importante centro africano para las marcas de ropa estadounidenses y europeas. Los salarios oscilan entre 146 y 163 dólares estadounidenses al mes, lo que provocó la ira de los trabajadores después de que los cambios arancelarios de EE. UU. y la caída de los pedidos de exportación afectaran a la industria.
Las organizaciones de derechos laborales advierten que, si bien los salarios nominales han aumentado ligeramente en muchas regiones, siguen estando muy por debajo del umbral para un nivel de vida digno. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que millones de trabajadores de la confección en todo el mundo todavía dependen de horas extras excesivas y deudas para sobrevivir.
Los defensores argumentan que el cambio real requiere no solo la acción del gobierno, sino también compromisos de las marcas de moda globales para pagar a los proveedores lo suficiente para cubrir salarios justos. Sin ello, dicen, la industria corre el riesgo de continuar un ciclo de pobreza a pesar de valer cientos de miles de millones de dólares anualmente.
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